Afiche en contra del capitalismo (Autor: Garra).
Continuando la anterior entrada sobre la centralidad del ‘desarrollo sostenible’ como
justificación de las políticas económicas cubanas actuales (ver aquí), propongo ahondar
un poco más en las trampas que el concepto lleva implícitas así como sus potenciales para promover el
neo-liberalismo.
Para
ello, debatiré su inconsistencia conceptual, y dejaré para otro momento el
esbozo de las alternativas existentes que los economistas y políticos cubanos parecen
desconocer.
Comienzo
exponiendo la apreciación que hace Serge Latouche en “Sobrevivir al desarrollo”
(Icaria editorial, Barcelona, 2004) en cuanto a que el concepto ‘desarrollo
sostenible’ es un oxímoron o antinomia; esto es, dos palabras cuya unión
pretende expresar lo inexpresable (‘la oscura claridad’, etc…).
¿Por qué
un oxímoron? Porque si la palabra «sostenible» quiere expresar durabilidad,
persistencia, el concepto «desarrollo» en su significado histórico y práctico
es esencialmente contrario a la durabilidad.
Para
comprender la contradicción bastaría reconocer que vivimos en una sociedad donde
el «desarrollo» sólo es posible siguiendo la lógica de “Comprar, tirar,
comprar” o de la obsolescencia programada (véase este documental de TVE).
Comenta
Latouche, el oxímoron es una figura retórica que inventaron los poetas pero
cada vez usan más los tecnócratas y políticos para hacernos creer lo imposible.
Podemos agregar, su uso es bienvenido en Literatura porque abre posibilidades a
la libre interpretación, pero difícilmente sea útil en política y economía: ¿acaso
es posible establecer diálogos fructíferos cuando cada quien entiende las
palabras a su antojo e interés?
Existen
muchas concepciones de ‘desarrollo sustentable’ —en el Informe Brundtland (World Commission,
1987) aparecen 6 acepciones, y dos años después John Pezzey (“Economic analysis of sustainable growth and
sustainable development”, World Bank,
Environment Department, Working Paper no. 15, 1989) reseñaba 37—;
pero todas pueden clasificarse en dos grupos:
1.
la de intelectuales humanistas que entienden el desarrollo sostenible como
un desarrollo respetuoso con el medio ambiente
2.
la de industriales, políticos y casi totalidad de los economistas para
quienes lo importante es que el desarrollo pueda durar indefinidamente.
Sin
embargo ninguno de esos grupos cuestiona si ambos objetivos (desarrollo y medio ambiente) son compatibles.
Más bien dan por cierto que lo son, o que la tecnología permitirá que lo sean.
Aparece
así “la exaltación de la tecnología” en la que caen tanto liberales como
marxistas, una posibilidad muy teorizada: se habla de ‘modernización
ecológica’ (ecological modernization) y de ‘economización de la ecología’ (economizing
ecology).
Estos dos conceptos que terminan tergiversando el significado
de ‘ecología’ para que no resulte contradictorio con la expansión capitalista. De
hecho, como expone Latouche:
«Podemos
afirmar que, si tras la conferencia de Estocolmo (1972), las cosas no han evolucionado
mucho en el buen sentido, y que la situación planetaria se ha agravado
considerablemente al hilo de las diferentes conferencias (recordemos: Nairobi o
Estocolmo, por 10; Río o Estocolmo, por 20; Johannesburgo o Estocolmo, por 30;
o de nuevo Río, por 10...), los industriales, al contrario, han aprendido a
enfrentarse a ello» [Latouche, 2004].
¡Tanto han aprendido que incluso teorizan! Como indica
Latouche, Stephan Schmidheiny,
animador de una asociación de industriales sensibles con el medio ambiente y
consejero de Maurice Strong, presidente del PNUMA para la organización de Río
92, escribía: «El funcionamiento de un sistema de mercados libres y
competitivos, en los que los precios integran el coste ambiental a otros
factores económicos, constituye la base de un desarrollo sostenible.»
Otro
ejemplo de que no hay contradicción entre ‘desarrollo sostenible’ y
capitalismo, son documentos del Business Action for Sustainable Development
(BASD) citados por Latouche según los cuales:
«El desarrollo sostenible se realiza mejor
gracias a una competencia abierta en el seno de mercados correctamente
organizados que respetan las ventajas comparativas legítimas. Tales mercados
alientan la eficiencia y la innovación, factores necesarios para un progreso
humano sostenible.»
La ambigüedad
del ‘desarrollo sostenible’ ya se dejaba ver en el Informe Brundtland. Si en
sus primeras páginas exponía que el desarrollo sostenible sólo puede tener
lugar si los poderosos adoptan un modo de vida que respete los límites
ecológicos del planeta, más adelante afirmaba:
«A consecuencia de la tasa de crecimiento
demográfico, la producción manufacturera tendrá que aumentar de cinco a diez
veces sólo para que el consumo de artículos manufacturados en los países en
desarrollo pueda atrapar al de los países desarrollados».
La
contradicción está aquí: si los modelos de los países “desarrollados” no son
ecológicos, ¿cómo aceptan que los países “subdesarrollados” sigan esas vías
para alcanzar el nivel de consumo que los poderosos?
La
receta del informe Brundtland era que necesitamos una nueva era de crecimiento y un
crecimiento vigoroso. En esos mismos términos plantean hoy los políticos
capitalistas la salida a la crisis.
¿No es
este mismo el discurso cubano? ¿No es eso lo que expone el Dr. Omar Everleny
Pérez a Fernando Ravsberg?, cuando dice: “Si no se invierte en la economía
cubana será imposible llegar a tasas de crecimiento superiores al 5% o 7%, para
poder duplicar el PIB en 5 años. (ver aquí)
Curiosamente
el Informe Brundtland propone una tasa de crecimiento anual del 5 al 6%.
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